jueves, 19 de marzo de 2015

Teruel y el invierno de 1937

Como aún no ha pasado un siglo desde el fin de la contienda civil española, aún es pronto para hablar del tema sin acalorarse.












Obviaré las cuestiones políticas por este motivo y me centraré en comentar cuál fue, y por qué, la batalla decisiva de la guerra.


Tan solo decir que fue una guerra entre españoles, aunque no solo, pero no fue una guerra entre buenos y malos sino una guerra entre compatriotas de todo pelaje.


Hubo muchos acontecimientos decisivos que transformaron un alzamiento militar en una guerra civil, seguramente el paso del estrecho de Gibraltar del ejército africano y la efectiva defensa de Madrid, son los más claros.


Hubo también muchos acontecimientos decisivos en la progresiva imposición del bando nacional, seguramente la unificación alrededor del Generalísimo y la desconexión del norte republicano, son los más claros.





Ahora bien, la guerra se ganó en la batalla de Teruel, que fue una batalla improvisada pero crucial.


Con la caída el norte republicano, las tornas cambiaron y las apuestas  con ellas. La desmoralización republicana y la sensación de que tocaba tratar de no perder en vez de tratar de ganar, eran generales.


Como resultaba evidente que el siguiente  objetivo era Madrid, al general Rojo se le ocurrió que  tomando Teruel, entonces en manos nacionales, se distraerían tropas del frente de Madrid y se podría presentar la toma de una capital de provincia como un triunfo de relevancia para elevar la moral de los suyos.


El caso es que lanzó una ofensiva contra las tropas nacionales en Teruel justo en el invierno más duro imaginable y eso supuso un desgaste tremendo y un retraso fundamental en la toma de la capital.

















El ejército republicano que entró en Teruel estaba diezmado, extenuado y mal pertrechado. El frío y la resistencia de los nacionales habían proporcionado a Franco el tiempo necesario para presentar un ejército más numeroso y mejor preparado para la reconquista de la ciudad.


Y así fue, se reconquistó Teruel y se retiró el ejército republicano, primero en orden y después en desbandada, lo que permitió a los nacionales  avanzar hasta la costa mediterránea y partir en dos el territorio republicano.


Aquí se perdió la guerra, ya no era cuestión de tratar de ganarla o tratar de no perderla, ya solo quedaba saber cuándo se produciría la capitulación republicana.


La famosa y aparatosa batalla del Ebro fue un fallido intento de alargar la contienda para involucrar a Francia en la causa republicana una vez declarada la 2ªguerra mundial.
Todo fantasía, ni el ejército republicano estaba ya para ganar nada ni la Francia derrotada por Alemania iba a ayudar a nadie.


En el Ebro, lo mejor del ejército republicano no pudo ante lo mejor del ejército nacional, porque la república ya estaba lanceada de muerte desde la batalla de Teruel.


Los republicanos perdieron la guerra por muchas razones, pero aquel frío, aquellos riscos y aquellos hombres determinaron la debacle.


La lección más interesante de la guerra civil es tener que aceptar que somos perfectamente capaces de arruinarnos el futuro solitos y que por tanto conviene que potenciemos nuestras muchas virtudes y minimicemos nuestros muchos defectos.













viernes, 20 de febrero de 2015

La úlcera del mejor general de su tiempo

A Napoleón se le fueron complicando las circunstancias de tal manera que pasó de Emperador a cadáver de preso probablemente envenenado.

La Royal Navy y el ejército continental inglés, el invierno ruso, el odio de toda Europa y la inesperada tozudez del pueblo español, obraron  el desastre del militar con las cualidades adecuadas, del gobernante con la ambición necesaria y del visionario con la idea fija.

El ejército francés cruzó los pirineos en dirección sur en 1807, como invitado de la corona española, y los volvió a cruzar, derrotado, en dirección norte y para no retornar, en 1814.

En este intervalo de tiempo Napoleón se dejó su reputación de invencible, al menos 110.000 hombres, unas diez veces más de lo que él tenía previsto, y unas lecciones prácticas y magistrales sobre cómo combatir y vencer al mejor ejército del  momento que aprovechó y mucho del duque de Wellington.

En Waterloo se enfrentó en horas bajas al odio europeo, al resabiado duque y a la escasez de efectivos procurada en Rusia y España. Y perdió, claro, no solo la batalla, que también, sino todo menos la vida.



















martes, 10 de febrero de 2015

Austerlitz, la gloria de abofetear a un niñato.

Austerlitz, un pueblo en mitad de ningún sitio en la región de Moravia, actual República Checa, da nombre a la batalla de la que más ufano se sentía aquel corso que se autocalzó la corona de emperador de los franceses.

Fue enormemente meritorio el saber transformar el fracaso de la invasión de Inglaterra debido a que ni las condiciones marítimas ni la Royal Navy quisieron colaborar, y desplazar el enorme ejército de invasión a marchas forzadas por media Europa desde Boulogne ( noroeste francés ) hasta Ulm ( Baviera ) para vencer al desprevenido ejército austriaco antes de que se uniese al ruso o a refuerzos propios.

Desplazar su ejército en cuerpos independientes con apenas tren de abastecimiento y separados por no más de 24h de marcha, le permitía avanzar con agilidad y seguridad avituallándose por los territorios que transitaba. Se decía que en Ulm ganó con las piernas de su soldados y no con sus mosquetes.

La sorpresa y la desconexión aliada inicial facilitaron que Napoleón entrara en Viena, ahora avanza al encuentro de las unidas y prevenidas tropas rusoaustriacas por territorio enemigo y con el invierno acercándose implacable.

El general Kutusov propuso una retirada estratégica de tierra quemada para asegurar el avituallamiento propio y anular el francés, con la intención de dejar a Napoleón lejos de sus suministros y frente al invierno. ¡Tate! exactamente la estrategia que le iba a costar a Napoleón unos 540.000 soldados y sus sueños, en su calamitosa campaña rusa de 1812.

Pero la decisión final la impuso el Zar Alejandro I, en concreto sus 27 años, su arrogancia y la camarilla de adulones que le circunvalaban.

El niñato dispuesto a enseñarle al mejor general de su tiempo de qué estaban hechos los zares y el ejército ruso. Napoleón confirmó información que ya conocía y Alejandro I actualizó la suya.


Napoleón hizo creer al Zar que los franceses estaban desmoralizados y aterrados, perdió las escaramuzas de vanguardia como invitación al ataque, fingió una retirada cediendo la estratégica meseta de Pratzen y desprotegiendo escandalosamente su flanco derecho, ocultó tropas para retomar la meseta a su indicación e hizo combatir a los aliados en terreno pantanoso.

Los aliados por su parte, fueron cumplimentando todas las indicaciones que recibieron, atacaron donde tenían que atacar, se empantanaron donde se tenían que empantanar, se vieron desbordados cuando así tocaba y huyeron al verse perdidos, como es natural.


Victoria francesa, Napoleón es un genio con suerte y Alejandro I un idiota con mucho terreno y muchos soldados.













miércoles, 4 de febrero de 2015

Bonaparte

Napoleón es un nombre que evoca genio militar, lo que resulta curioso para alguien que acabó derrotado no, derrotadísimo, esencialmente por no saber hacer y conservar aliados.

Napoleón es un nombre que evoca la unificación de Europa, lo que resulta curioso dado el cemento de guerra y totalitarismo con el que pretendía cohesionarla.

Napoleón es un nombre que evoca Ilustración, lo que resulta curioso para un absolutista.

Que fue el mejor general de su tiempo por estrategia, táctica y visión de campaña es indiscutible, tanto como que fue un tirano incapaz de convencer a sus oponentes, incapaz de ganarse un aliado leal para tamaña empresa como fabulaba.

Invasor de España, desangró sus recursos para acabar perdiéndola.
Invasor de Rusia, perdió su ejército contra el frío y el hambre, regresando cadáver sin él saberlo.
Conquistador de Alemania e Italia, les faltó tiempo para revelarse a la primera ocasión.
Con Inglaterra, sencillamente no pudo.

Elegir el terreno, la movilidad, el liderazgo...envolver, cortar, esparcir, atacar, acosar, dispersar...la artillería, las cargas de caballería, flexibilidad y contundencia...que sí, que sí, que era un genio militar sin un amigo y con un plan de dominación

A los franceses el imperio les supuso años de cruentísimas guerras, cambiar a los revolucionarios regicidas por un emperador tiránico y granjearse el odio del continente.








viernes, 23 de enero de 2015

Príncipe Rodrigo el Campeador

La fama y la leyenda de este hombre no tienen justificación en su genialidad militar, ni en lo amplio de los territorios conquistados, ni en lo perdurable de su legado. Tampoco en su lealtad, ni en su compromiso con la cristiandad, ni en su capacidad como gobernante. Y sin embargo, El Cid es legendario en España, encarnación del pundonor, la lealtad, la cristiandad, la Reconquista y la forja misma de España, casi nada.


Probablemente nos resulta un arquetipo edificante del triunfo porque fue un señor que triunfó en vida de manera indiscutible y al más genuino estilo hispano: sin señor, entre envidias, trufado de incongruencias y personalistamente. Hay otras maneras de triunfar, posiblemente más lucidas, pero ninguna más atractiva para el personal de estos lares.


Como caballero castellano estuvo peleando en las innumerables luchas intestinas de los nobles godos, costumbre goda esta arraigadísima desde antes incluso de que apareciera el primer godo por los pirineos, el caso es que un noble castellano que sabía de armas, guerras y nobles levantiscos no era algo singular, pero para que a este caballero le apodasen El Campeador-El Batallador hacía falta constancia en el triunfo y largura en el carisma, condiciones esenciales para conformar una mesnada, compañía de gente armada, leal a él, al Campeador, ni a Dios, ni a la patria, ni al Rey, solo a él, a Rodrigo Díaz.

Rodrigo, por su parte no fue leal a reyes, patrias o dioses, rindiendo vasallajes varios a distintos reyes, cristianos o moros y conformando un señorío independiente en el levante peninsular con el título de Príncipe Rodrigo el Campeador, con alianzas variopintas. Es cierto que no encontró ocasión para desairar a Sancho II de Castilla, pero entre su juventud, el aprecio que debía tenerle y su muerte prematura, empezó sus desencuentros con la nobleza castellana en el reinado de su hermano, Alfonso VI.

Castilla y Toledo eran reinos aliados cuando una partida andalusí saqueó tierras sorianas desde el norte de Toledo. El Cid campeador y su mesnada rechazó a los saqueadores y los persiguió más allá de la frontera castellana, por tierras de Toledo. Los nobles toledanos y castellanos contrarios a los reyes y al Cid argumentaron que Alfonso VI no podía defender su propio reino ( por lo que otras taifas no verían justificado pagarle por protección ) y no podía controlar a sus nobles, así que debía dar un ejemplo de fortaleza y justicia: Desterrar al Cid. Y le desterró, a Rodrigo Díaz, a sus leales y a sus guerreros.

Desde entonces El campeador estuvo al servicio de los reyes de Zaragoza hasta que cambió su lealtad y se puso de nuevo al servicio de Alfonso VI con la misión de defender la taifa de Valencia, aliada de Castilla. Se independizó de Castilla primero de hecho, recaudando sin tributar a Alfonso VI y después de derecho cuando Alfonso de desterró de nuevo por desatender sus obligaciones de vasallaje en la defensa de Aledo.

A golpe de destierros, triunfos, cambios de lealtades y alianzas sui géneris, Rodrigo pasó de noble castellano a mercenario y finalmente a Príncipe de Valencia. Invicto en el campo de batalla, jamás traicionado por los suyos y capaz de bailar con los reyes peninsulares, triunfó, rotunda e indiscutiblemente, pero nada le sobrevivió mucho tiempo, excepto una leyenda que apenas tiene que ver con aquel burgalés de determinación acerada.

Leyenda de lealtad porque no traicionó jamás a Sancho II, su rey y su amigo.
Leyenda de pundonor por anteponer su deber militar a Alfonso VI.
Leyenda de cristiandad por su lucha indubitada contra los almorávides.
Leyenda de la Reconquista porque esta se hizo con redaños y el Cid colocó el listón.
Leyenda de la forja de España porque los españoles somos individualistas irredentos y el Cid primus inter pares.

Mito capaz de exigirle un juramento a un rey, mito con un caballo llamado Babieca y dos espadas, Tizona y Colada, que valían por diez, mito capaz de ganar batallas después de muerto...