domingo, 31 de marzo de 2013

El más grande de todos los tiempos.

Alejandro en las tierras de los criadores de caballos
Con la muerte, traicionado por los suyos ( nobles-sátrapas persas ), de Darío III, Alejandro Magno es reconocido como vencedor de los persas; sin embargo, Besos, sátrapa de Bactriana, captor y regicida de Darío, que esperaba negociar con Alejandro la independencia del dominio madedonio de su satrapía, se encontró con que Alejandro honra el cadáver de Darío, decide perseguir a sus asesinos y pretende conquistar el imperio persa en su totalidad, incluyendo Bactriana.

Besos se autoproclama rey persa ( Artajerjes V ) y pretende dar batalla a los macedonios en Bactriana, apoyándose en lo abrupto del terreno y su conocimiento del mismo.

Efectivamente, las tropas persas y las defensas naturales de Bactriana eran un enemigo temible y un ataque directo era simplemente suicida. Alejandro optó por una ruta segura, aunque extenuante, por Drangiana, Aracosia y Gandara para cruzar el Hundu Kush ( macizo montañoso de más de 5.000 mts de altura ) aún helado/nevado en la primavera del 239 a.C.

Anibal cruzó los Alpes con su ejército cartaginés en otra épica travesía posiblemente inspirada en esta de Alejandro.

Besos no contempló la posiblilidad de que el ejército macedonio cruzara el Hundu Kush, pues lo consideraba una muralla natural, y no lo guarneció.

Cuando Artajerjes V se vió sorprendido por el ejército de Alejandro que bajaba desde las montañas, simplemente se aterró, huyó hacia el norte por el río Oxo, incendiando todas la naves a su paso para evitar que sus perseguidores cruzaran el río.

Alejandro mandó construir balsas y barcazas y cruzó su ejército en 5 días, atravesó una llanura desértica y conquistó la ciudad de Bactria sin gran oposición.

Los nobles bactrianos, impresionados por el hecho de que no había montaña, río, desierto o ejército capaz de resistir la voluntad de Alejandro, traicionaron a Besos y se lo entregaron a Alejandro ( quien ordenó su mutilación, crucifixión y deshonra de su cadáver, como correspondía a un regicida ).




Durante la campaña ( 239-237 a.C ) por las tierras de los criadores de caballos ( afganos ), Alejandro arrasó las tribus-poblaciones hostiles, al tiempo que fundaba Alejandrías como centros de prosperidad local, atrayendo mano de obra para su construcción, campesinos para la reordenación de las tierras y mercaderes para establecer rutas comerciales. El mensaje era meridiano: si te opones, serás destruido, si cooperas, prosperarás.

Dejando la organización social-religiosa en manos locales, con jefes persas-bactrianos-macedónicos y con su habitual política de fusión cultural ( se casó con una princesa local, Roxana ), si no había sublevaciones contra Alejandro, contra sus nuevos jefes locales o contra los colonos macedonios, y se mantenían abiertas y seguras las rutas comerciales, no volverían a ver al poderoso ejército de Alejandro y vivirían en próspera paz.

El modelo de conquista de Alejandro funcionó también en este territorio.
 
Para Alejandro, la paz en los territorios de su imperio era posterior a la victoria, su ejército traía el éxito, el triunfo, el botín, la coronación, la conquista, el honor y la gloria, los laureles y el poder... para gobernar.

Su modelo de conquista, con la fundación de nuevas ciudades, establecimiento de rutas comerciales, promoción de matrimonios interculturales, la participación de los jefes locales en el gobierno, el respeto a la religión y estructura social previa en los territorios…traía la paz y la prosperidad a unos territorios conquistados a sangre y fuego.

El rencor de los vencidos era apabullado por su impotencia militar y diluido por la oportunidad de progreso y bienestar que significaba el nuevo régimen.

Tras la victoria hay toda una vida y mil propuestas para procurar la paz, antes de la victoria no es posible la paz. Así lo vieron también algunos emperadores romanos.

Hace miles de años que Alejandro planteó y demostró que la victoria precede a la paz. Este mismo modelo siguió, con éxito, Cortés.
Paz contextualizada en el mundo antiguo, claro, nada que pueda realmente entender un occidental del siglo XXI.







sábado, 30 de marzo de 2013

El más grande.




ALEJANDRO MAGNO. Venció, convenció y transcendió.

 Alejandro. El éxito por antonomasia, el hombre más poderoso de todos los tiempos. No era un Dios ni un profeta, era un hombre que aparentaba ser un sol. Tenía un plan y las herramientas para ejecutarlo...y lo bordó.

Venció.
Su plan: Conquistar Persia, derrotando a sus inmensos ejércitos.
Sus herramientas: La falange macedonia, la caballería y su genio militar.

La falange:
Hombres duros y disciplinados que actuaban como uno solo, protegiéndose unos a otros y atacando en bloque. Un yunque, donde contener cualquier embestida de cualquier enemigo, fuese cual fuese su número o su cualidad ( infantería, caballería, proyectiles... ), y un rodillo triturador en ataque.

La caballería:
Ágil y veloz, un incisivo cuchillo para romper las líneas contrarias y un martillo en los flancos y en las retaguardias enemigas.

Su genio militar:
Conocer a su ejército, y al enemigo, y diseñar táctica y estrategia con capacidad de improvisación, teniendo los imprevistos... previstos. Sencillamente alucinante. Carisma para convencer a sus tropas de que la abrumadora inferioridad numérica no significa nada porque los macedonios son los mejores guerreros del universo, sus técnicas de combate son insuperables y además tienen a los dioses y la razón de su parte. Y demostrarlo. Pasmoso.

Convenció.
Tenía un plan: unificar Persia y Grecia bajo el manto de Macedonia.
Tenía las herramientas: la cultura y filosofía griegas que postulaban una sociedad más justa que la persa y su visión de la fusión de culturas como método de aceptación de lo extranjero. Políticamente genial.

Transcendió.
Pese a lo efímero de su reinado y a que quienes le sucedieron no compartían su plan ni tenían su genio; consiguió que lo helénico se expandiese y continuase más allá de sus dominios y de su tiempo, porque acertó en la estrategia. Su legado nos ha llegado como parte de la tradición greco-romana occidental que salvó de la expansión persa. Ha sido el hombre más poderoso en términos económicos, militares, políticos, sociales... cuestionado pero obedecido. Solo un nombre de mortal resuena con el eco de los héroes míticos y los dioses...Aquiles, Héctor, Zeus, Hércules, Apolo... ALEJANDRO.


La conquista de Egipto por Alejandro

 La conquista de Egipto, del Egipto persa, por parte de Alejandro, fue una campaña durísima de alrededor de siete meses y se desarrolló en la ciudad fenicia, de la Fenicia persa, de Tiro.

Tras la batalla de Issos, Darío huyó hacia el interior de su imperio para rearmar al ejército persa. A Alejandro se le planteaba un dilema: perseguir a Darío a través del corazón del imperio persa dejaba a sus espaldas las tropas persas de Egipto y la flota persa de la costa mediterránea, que podían atacar su retaguardia o llevar la guerra a Grecia/Macedonia. Era una opción que apostaba por alcanzar a Darío antes de que pudiera organizar un nuevo gran ejército, derrotarlo y esperar que todos los territorios persas le reconocieran como nuevo emperador. Optó por conquistar primero la costa mediterránea bajo control persa para luego dirigirse hacia el centro de Persia, donde le esperaría Darío. Al que encontró en Gaugamela.

No encontró excesiva resistencia mientras recorría la costa de oriente próximo, apoyado por su flota, en dirección a Egipto, hasta llegar a la ciudad fenicia-persa de Tiro.




Tiro, ciudad hermanada con Sidón y con Cartago, constaba de una Ciudad Vieja continental, una Ciudad Nueva insular ( extraordinariamente fortificada ) y dos puertos con una poderosa flota de guerra.

Tiro se creía inexpugnable ( Nabuconodosor II la sitió durante 13 años, no rindió la isla y acabó firmando una paz ventajosa para los intereses fenicios ). La Ciudad Nueva insular estaba en constante fortificación y contaba con unas impresionantes murallas de 45 metros de altura que morían en el agua, además de un arsenal y maquinaría de guerra portentosos. Su flota era netamente superior en número y pericia a la macedonia y aseguraba un abastecimiento regular de agua-víveres-refuerzos...desde Sidón y desde Cartago. Sidón era, formalmente, ciudad conquistada por Alejandro y Cartago era, formalmente, neutral en la guerra macedonio-persa. Sólo formalmente.

Tiro desafiaba a Alejandro y representaba la resistencia persa a la conquista macedonia. No negoció con Alejandro y le forzó a hacer una demostración de fuerza ante la atenta mirada de todo el imperio persa.

La toma de Tiro resultó un reto militar imponente, un esfuerzo de logística, táctica, estrategia y poliorcética descomunal; y, sobre todo, una demostración de determinación y tenacidad, por parte de los tirios, apabullante, y por parte de Alejandro, irresistible.

Enero del año 332 a.C...empieza el sitio y empiezan los problemas para Alejandro...

 La flota macedónica no era rival para la tiria, por lo que Alejandro no controlaba los puertos ni el mar, y sin ese control era imposible rendir por hambre/sed a los tirios.

En tierra la cosa era bien distinta, Alejandro tomó la Ciudad Vieja continental y evaluando la distancia entre la playa y la isla concluyó que la Ciudad Nueva iba a dejar de ser una isla. Había leído Alejandro sobre Dionisio de Siracusa y sobre la toma de Motia tras construir un istmo artificial entre Sicilia y aquella isla. Concretó con su ingeniero, Diadés de Larisa, y miles de auxiliares comenzaron a demoler la Ciudad Vieja y a rellenar con los escombros un espigón, delimitado por dos hileras de estacas clavadas en el lecho marino, en dirección a Tiro.








Los tirios, tras la expectación inicial ante el alarde técnico de los macedónicos, pronto se pusieron a entorpecer la construcción atacando a los trabajadores desde sus barcos de guerra y arrancando las estacas atándolas, por expertos nadadores, a sus barcos.

La respuesta de Alejandro fue proteger a sus trabajadores de las flechas y dardos tirios con bastidores de piel y madera, así como colocar dos torres de asedio en el cabecero del espigón para disuadir, junto a los barcos macedonios, a la flota tiria. Según se acercaba la obra a las murallas, se ponía a tiro de catapulta y ballesta, por lo que las torres de asedio se concentraron en batir las almenas.

La siguiente jugada tiria fue audaz y eficaz. Abarrotaron de material inflamable ( brea-pez-azufre...) el mayor carguero que tenían, lastraron su popa para que la proa estuviese exageradamente elevada y lanzaron el barco contra el espigón. En cuanto se montó sobre la cabeza de puente macedónica, miles de flechas incendiarias convirtieron el barco, las torres de asedio y el cabecero del istmo en un infierno.

Las torres cedieron y las estacas laterales quedaron muy dañadas. Al día siguiente una gran tormenta, con su oleaje correspondiente, destruyó, prácticamente en su totalidad, el dique. Los tirios no cabían en sí de alegría y orgullo. Su ciudad estaba a salvo, Alejandro había sido derrotado y la moral de los macedonios no podía estar más baja.

A Alejandro el desastre le encontró en campaña y cuando llegó a la playa de Tiro y comprobó los daños, calculó el retraso que le estaba suponiendo el asedio y evaluó el coste en prestigio y moral de retirarse. Se determinó a acabar lo empezado y someter a Tiro. Entendió los errores cometidos y se dispuso a enmendarlos punto por punto. Los tirios, y los persas en general, no sabían quién era Alejandro, pero se iban a enterar de una manera meridiana e imborrable.

 Entendiendo que el dique se ubicó demasiado expuesto a los vientos de la zona y que había resultado demasiado débil, se inició la construcción de un nuevo dique, más al norte, más ancho y con base de piedra ( no piedra y tierra como el previo ).

Comprendiendo que las torres habían sido eficaces pero insuficientes, a las torres del cabecero añadió nuevas torres en los laterales.

Y sobre todo, sabiendo que sin el control del mar no había sitio posible, Alejandro reclutó las flotas de Arados, Sidón, Chipre y Biblos para conformar una flota capaz de recluir los barcos tirios en sus puertos y bloquear todo suministro y comunicación con Tiro. Ahora sí, ejercería presión por hambre y sed e imposibilitaría la ayuda exterior.

Tiro palideció al comprender la decisión de Alejandro. Veían un nuevo espigón, más grande y reforzado, acercándose inexorablemente hacia la isla, su ventaja naval había desaparecido y no sabían si llegaría a tiempo la ayuda desde Cartago. Tomaron, de nuevo, varias decisiones audaces y acertadas. Evacuaron, rompiendo el cerco marítimo, a todo el que no fuera a luchar, hacia Cartago, aliviando sus necesidades de víveres y de defender civiles. Blindaron sus barcos y concentraron sus ataques en los barcos que defendían el dique, con bastante acierto, para retrasar la obra en lo posible.

A Alejandro le admiraba toda aquella determinación tiria, así como le exasperaba tanto retraso en el avance macedonio hacia Egipto, pues con cada semana que pasaba, se fortalecía el ejército de Darío. Alejandro blindó a su vez los barcos de defensa del espigón y montó torres de asedio sobre una base de barcos yuxtapuestos para acercarse más a las murallas tirias.

Los tirios lanzaban grandes troncos contra las torres flotantes y lanzaban enormes piedras al mar para entorpecer su avance. Los barcos macedonios retiraban las piedras arrastrándolas con cuerdas, cuerdas que cortaban nadadores tirios, por lo que se acabaron arrastrando con cadenas. Finalmente las torres de asedio se encontraron lo suficientemente cerca como para castigar las murallas y sus defensas eficazmente.

El espigón llegó a la base de las murallas y con él los arietes macedonios. Los tirios cortaban las sogas de sujeción de los arietes, con picas que acoplaban cuchillas en su punta, y elevaban las cabezas de los arietes con sogas y lazos, lanzaron todo el aceite hirviendo que tenían y arena de playa ardiente cuando se acabó el aceite... todo inútil, las murallas acabaron cediendo e iba a comenzar el asalto de la ciudad por las tropas de Alejandro.

El primer ataque partió desde el espigón, las torres se encontraron con las compuertas bloqueadas por arietes provenientes de la muralla y redes de pesca tirias trababan y arrastraban al vacío a los soldados de Alejandro. Los macedonios retrocedieron. Un segundo ataque desde las torres flotantes tampoco fue capaz de penetrar las defensas tirias.

Alejandro se arremangó y encabezó un ataque total, con todo el poderío de su infantería y marina y por todo el perímetro ( con especial intensidad en el espigón y en el, más débil, sur de la isla ), atacando simultáneamente los puertos y la muralla. El propio Alejandro alcanzó y se hizo fuerte en una parte de la muralla desde donde dirigió la entrada, en tropel destructor, de sus soldados. Tiro había caído.






Muchos tirios fueros escondidos por los marineros de Sidón, otros, refugiados en el templo de Melkart escaparon del saqueo y la matanza y a los cartagineses se les liberó. Unos 8.000 tirios murieron defendiendo su ciudad, unos 30.000 se convirtieron en esclavos y unos 2.000 fueron crucificados a lo largo de la playa de Tiro.

Fue una gestión de la victoria muy teatral y muy calculada. Tras siete meses con su ejército empantanado en una ciudad costera, permitiendo a Darío fortalecerse y siendo blanco fácil para un ataque persa libertador por su retaguardia, que afortunadamente Darío no supo ver, pero que Alejandro temió y mucho. Ahora Alejandro podía exhibir su victoria ante todo el imperio persa, que había estado pendiente de los acontecimientos con expectación e intriga.

Mensaje de Paz a Cartago, magnanimidad con los templos y las costumbres, amistad con quienes se rindan voluntariamente y crueldad despiadada con quien ose desafiar el poder de Alejandro. Había que rentabilizar el esfuerzo realizado y los riesgos asumidos.

Tras una menor resistencia en Gaza, el ejército macedonio, con Alejandro Magno al frente, se pasea por Egipto ante una población entregada y unos gobernantes sumisos, rendidos y subyugados. 

A Darío se le empieza a agotar el tiempo.

Gaugamela





Darío III no era un buen general, pero sí un buen organizador, capaz de poner en batalla el enorme potencial militar de Persia, aunque no supiese aprovecharlo.

Mientras Alejandro completaba la campaña de Egipto, Darío concitó un gran ejército, en el que destacaban como armas, específicamente reclutadas para desbaratar la formidable infantería macedónica, los elefantes de guerra indios y los carros con cuchillas acopladas en las ruedas. Darío escogió y acondicionó el campo de batalla para optimizar el uso de los carros y su superioridad en caballería.

Desde Issos, Darío era todo precaución ante Alejandro y la noche antes de la batalla, mientras los macedonios descansaban, el ejército persa estuvo en armas y alerta ante un posible ataque nocturno ( que Parmenio propuso y Alejandro descartó ).

Alejandro contaba con verse sobrepasado por los flancos, fundamentalmente el izquierdo - ya que la falange se desplazaba hacia la derecha en su avance - y reforzó los flancos con infantería ligera ( que resultó muy eficaz frente a los carros de combate ) y con una falange de reserva a las órdenes de Parmenio para acudir a la eventual rotura de la primera línea del frente.

La falange macedónica avanzó y la caballería de Alejandro atacó, rompiendo las filas enemigas y encaminándose directamente hacia el estandarte de Darío. Los elefantes de guerra de Darío resultaron asustadizos y los carros de combate fueron requebrados, asaeteados con jabalinas y masacrados tras las líneas macedonias. 

La caballería persa no desbordó el flanco derecho pero sí lo consiguió en el izquierdo, poniendo en jaque a Parmenio y atacando el tren de suministros macedonio.







Darío no tenía modo de ordenar a su victoriosa caballería que se olvidase del pillaje del botín y retrocediese para atacar la retaguardia macedónica. Además, perdió el temple al ver a Alejandro dirigirse, como un lobo, directamente a su posición y abandonó a su ejército en el fragor de la batalla. Parmenio sí logró informar a Alejandro de su desesperada situación y Alejandro cejó en perseguir a Darío, retrocediendo para auxiliar a Parmenio y destrozar al desorganizado ejército persa.







Victoria y triunfo total sobre los persas.

Grande, enorme, majestuoso Alejandro.






viernes, 29 de marzo de 2013


La camaradería es supervivencia, no romanticismo.

Clearco, Jenofonte y los Diez mil

 Jenofonte ( militar, historiador y filósofo griego ) fue un ateniense, discípulo de Sócrates, y exiliado político, que se enroló en una expedición de mercenarios griegos ( fundamentalmente espartanos licenciados tras la Guerra del Peloponeso, conocida como la Expedición de los Diez Mil  ), a sueldo del pretendiente al trono de Persia, Ciro el Joven, hermano del reinante Artajertes II.

Alrededor de 13.000 hoplitas y peltastas, bajo el mando de Clearco y al servicio de Ciro, se adentraron en el imperio persa con la pretensión de someter a la rebelde región de Pisidia. Allí, Ciro les descubrió su verdadera intención, derrocar a su hermano. Clearco protestó por tener que adentrarse hasta el corazón del imperio, pero aceptó el cambio de planes tras las promesas de botín de Ciro.

En los alrededores de  Cuxana, cerca de Babilonia, en el 401 a.C., Ciro el Joven se enfrentó a Artajerjes II. La falange griega, formada en el ala derecha del frente de Ciro, barrió, literalmente, el ala izquierda del ejército de Artajerjes II, sin embargo, Ciro, que había lanzado una carga de caballería directamente hacia las posiciones en las que se encontraba su hermano, cayó abatido en el ataque. Sin líder, las tropas persas de Ciro se rindieron y Artajerjes II se encontró con la victoria y, al tiempo, con los mercenarios griegos campando invictos por el terreno, poniendo en fuga a sus tropas. Copar y masacrar a los griegos le resultaría pírrico, así que contemporizó una salida diplomática.


 


Clearco estaba a miles de kilómetros de tierra amiga y ante un ejército numéricamente superior, precisaba un salvoconducto y víveres para salir con bien de aquella adversa y enmarañada situación. El sátrapa Tisafernes, encargado de las negociaciones, concitó a los jefes griegos en su campamento y allí les traicionó, emboscándoles y masacrándoles, confiado en que, al igual que las tropas persas sin Ciro, los soldados griegos, sin su líder Clearco, se rendirían.


Hasta aquí, el Anábasis ( expedición al interior ).


En este brete, los griegos nombran a Jenofonte jefe de la expedición, para que les conduzca, a través de miles de kilómetros de territorio hostil ( llanuras infinitas, desiertos, macizos montañosos nevados, pobladores enemigos…), con el ejército de Artajerjes II a la espalda y sin una ruta conocida ni aprovisionamientos ciertos, a casa. No hay salvoconducto ni víveres, no hay amigos, excepto los camaradas. Cada uno por su cuenta, no llegarán, juntos, tan solo quizás.





La Katábasis ( bajada hasta el mar ) que lideraría Jenofonte, se inició remontando el río Tigris, en dirección norte, atravesando Opis, las desembocaduras de los ríos Zab menor y Zab mayor, Larisa, Nínive y más al norte hasta llegar a Bitlis y Mouch, a unos 1.000 metros de altitud, a finales del otoño del 401 a.C.. Atravesaron la nevada Armenia y en mayo del 400 a.C. la vanguardia gritó ¡ Thalatta, thalatta ! ( ¡ El mar, el mar !, que en realidad significaba ¡ A casa, libertad, sobrevivimos! ). Habían llegado hasta el mar Negro y en junio alcanzaron Trebisonda, la ciudad griega más oriental de la costa sur del mar Negro, donde se les recibió con mucho recelo, por miedo a posibles pillajes. Eran por entonces unos 10.000 griegos. Para entender la magnitud del esfuerzo hay que leer y releer a Jenofonte.





La Parábasis ( salida hacia el oeste ) tampoco resultó un paseo, los soldados no querían regresar sin botín, ni querían establecer una colonia griega en la costa del mar Negro ( Pontos Euxeinos: mar hospitalario, irónicamente así llamado por los griegos ). Fueron costeando desde Trebisonda, pasando por Cerasos, Cotiora, Sinope y el puerto de Calpe, llegando a Crisópolis. Algunos volvieron a sus casas y otros, con Jenofonte, se pusieron al servicio del gobernador de Tracia, primero, para enrolarse en la expedición espartana de liberación de las ciudades griegas en la Anatolia persa, después.





Jenofonte relató su aventura, sin especial rigor en las fechas, los lugares y los hechos, pero dejando meridianamente claro que los griegos eran militarmente superiores a los persas y que su ignoto, inmenso y temible imperio, era profanable.




Su relato fue libro de consulta para Alejandro el Grande durante su conquista de Persia.

Aquellos camaradas lucharon juntos, hombro con hombro, caminaron juntos, hasta la extenuación, pasaron hambre y miedo juntos y, en definitiva, sobrevivieron a una peripecia endiablada... juntos.









miércoles, 27 de marzo de 2013


El primer general

La victoria de Gedeón fue minúscula, pero es el botón de muestra para entender qué precisa un general para ser así calificado.

 Gedeón, hijo de Joás, de la casa de Manasés, vivió en los tiempos en los que los judíos eran acosados por los madianitas. Los judíos se ocultaban en las montañas y malvivían en cuevas o  junto a fortines entre razzia y razzia de los madianitas, a sus cosechas y ganado. Los caudillos de Madián, con sus incontables camellos, llevaban siete largos años oprimiendo a los judíos. Estos, por su parte, habían relajado sus ancestrales costumbres y ya tenían un altar a Baal, entre otras importaciones de los pueblos vecinos.

Así discurrían las cosas para los judíos cuando el Ángel de Yavé vino a visitar a Gedeón y le transmitió que él era el elegido para hacerse presente ante su pueblo. Los judíos se habían alejado de su verdadero Dios y lo primero era reconducir esta situación, así que Gedeón derribó el altar de Baal y, ante el enojo de los judíos, Joás retó a Baal a vengarse personalmente de su hijo. Cosa que no ocurrió. Tras este desafío sin respuesta del enviado de Yavé hacia Baal, Gedeón acaudilló la rebelión israelita contra la opresión de Madián.

La rebelión debería haber sido breve y trivial, dado que las tropas madianitas eran más numerosas y estaban más fuertemente armadas, pero resultó un éxito israelita gracias a la astucia, la sorpresa y la coordinación que Gedeón supo ejecutar.

Los capitanes de Madián no temían un ataque de unas tropas que sabían inferiores en número y equipamiento, pero la tropa estaba inquieta por las historias, bien difundidas y exageradas, acerca de que Dios guiaba la espada de Gedeón, de que Gedeón retó a Baal y este no acudió, de que la fuerza de Gedeón es la de cien hombres…

A falta de carros, buenas y numerosas lanzas y espadas, una riada de preparados guerreros o máquinas de guerra, Gedeón escogió a sus trescientos mejores hombres y les hizo partícipes de su osado plan. La noche, el sigilo y la coordinación, el fuego, el estrépito y la confusión, unas teas, unas jarras, unas trompetas, las espadas y todo el valor que anidase en sus corazones. Eso, y la ayuda de Yavé, serían sus armas.

Tras una última y personal inspección al campamento madianita, Gedeón armó a sus 300 hombres con una jarra que ocultaba una tea, con una trompeta y con una espada. Les mandó acercarse en silencio y rodear al enemigo, con todo el sigilo posible, y aguardó al cambio de guardia. Entonces, en mitad de la noche oscura y callada, sonaron todas las trompetas a la vez, junto a los alaridos de los guerreros israelitas al tiempo que lanzaban las teas ardiendo al campamento enemigo. El desconcierto entre los hombres del campamento fue absoluto, debieron creer que les atacaban las hordas del infierno o que Baal, o Yavé en persona, venía a pedirles cuentas. Los israelitas mantuvieron su formación, acercándose hacia los enloquecidos madianitas que escapaban de sus tiendas ardiendo, que se tropezaban los unos con los otros y que, finalmente, se acuchillaban entre ellos confundiéndose entre sí con enemigos. Los hombres de Gedeón apenas necesitaron pelear. Contemplaron el caos creado, sus luchas enmarañadas y su huida desesperada. Entonces ordenó el acoso, el ataque implacable a los que huían, masacrándoles, para completar la victoria en todos los sentidos.

La parte del mérito que no le corresponda a Yavé, le permitiría a Gedeón sentarse en la sala de los grandes generales de la historia. Su victoria fue nimia, pero resume las virtudes del buen mando militar: Calidad sobre cantidad, atención al detalle, trabajo en equipo, reconocimiento personal del terreno, mando absoluto, conocimiento del adversario, arma adecuada, elevada moral, sorpresa, guerra psicológica, destrucción completa del enemigo, acoso con tropas ligeras, bloqueo de la huida, astucia, planes simples…en síntesis, conocimiento de las limitaciones de su ejército y llevar a su tropa exactamente hasta ese límite.
































martes, 26 de marzo de 2013

Cuando acaban las palabras y empieza la combinación inteligencia/sacrificio

La historia es una buena fuente de donde obtener información útil acerca de la condición humana.

Lo actual no es novedoso, ya ha ocurrido infinidad de veces, eso sí, con otras caras, con otras vestimentas y en otros idiomas. Pero las mentiras son las mismas, las intenciones exactas y los sentimientos, y las emociones, igual de intangibles y al tiempo reconocibles.

La historia la escriben los vencedores, pero la realidad les resulta escurridiza.
"La primera de todas las fuerzas que dirigen el mundo es la mentira" Jean-François Revel. 

Resulta  sencillo reconocer la realidad de una batalla, entender si vencieron los vencedores oficiales o no, analizando las consecuencias de la misma.

En batalla, el ser humano aplica su mejor arma, la inteligencia, con toda la intensidad de la que es capaz, pues le van la vida, el alma, la justicia, el poder y la libertad en el envite.

La guerras y la política son cordilleras de falsedades sencillamente insalvables.

Las batallas en las que el general podía arengar a sus hombres y en las que las armas eran herramientas al servicio del hombre y no al contrario, hace siglos que se desvanecieron.

Fueron batallas que hicieron historia, pero sobre todo fueron la historia de unos hombres exigidos más allá de lo imaginable, la historia de la condición humana expuesta en crudo.

De esta historia batallada va este Blog, por recrearme en unas miserias y unas grandezas lejanas en el tiempo, presentes en la actualidad y perdurables hasta el fin de los días del último de nuestra especie.